“Como ha dicho Bataille en El Erotismo, no se trata de esperar un mundo en el cual ya no queden razones para el terror, un mundo en el cual el erotismo y la muerte puedan encontrarse según los modos del encadenamiento mecánico. Se trata, más bien, de apostar a que el ser humano pueda superar lo que le espanta, pueda mirarlo de frente.”

Diego Caramés y Gabriel DÍorio. Prólogo a “Los espantos: estética y posdictadura”.

 

“Un médico es siempre un fracasado, solo es cuestión darle tiempo. Jamás salvaron a nadie de la muerte. Son arrogantes e imbéciles, justamente porque jamás han triunfado y jamás han podido salvar a nadie.”

Ricardo Piglia. “La ciudad ausente”.

 

 

Nuestras casas se han convertido en pequeños campos de concentración, que, alimentados por un miedo intenso, han terminado por desnudar la vida. Pero ese miedo, como lo ha sostenido recientemente Byung-Chul Han, no se relaciona con el Covid-19, y sí con el hecho de tener que enfrentarnos con nuestras realidades. Pensadores contemporáneos como William Davies, Mark Fisher o Sara Ahmed, entre tantos otros, han insistido en el cómo durante las últimas décadas, y como parte del neoliberalismo, la solidaridad, la empatía y lo público se ha hundido a costa de conexión, entretenimiento, falsos pasados y negaciones de futuro, en medio de toda una industria de la felicidad.

Parte de esa misma industria, edificada como sociedad del espectáculo, y que desde la década de 1980 se construyó sobre la etiqueta “pop”, hoy nos invitan a quedarnos en casa, lavarnos las manos, respetar la cuarentena y, sobre todo, a no olvidarlos. En medio de falsos existencialismos se acusa a un mayor exhibicionismo, justificado precisamente con referencias a seguir conectados, entretenidos y hacer clic para sobornar la solidaridad con disfraz de fraternidad digital. De tal manera que, en el marco de una nueva guerra, ahora invisible, aceptamos cualquier expresión del Estado de excepción. De hecho, el mismo Han sugirió que un futuro posible es precisamente la adopción de modelos autoritarios como los de China, Japón, Corea del Sur o Taiwán.

Esta guerra invisible, en la que buscamos participar como soldados que se confinan y se autoflagelan con sus intimidades, construye enemigos siguiendo “reglas de ficción” —para usar una brillante idea de Schwarzböck respecto de lo que ocurre tras el fin del socialismo soviético. Esta producción de enemigos, que ha contado con poderosos profetas como Samuel Huntington y su famoso “choque de civilizaciones”, no hace sino mutar hasta convertir la amenaza comercial y tecnológica china en una pandemia que parece difícil detener. “El enemigo no está fuera, está dentro de nosotros”, dice hace poco Giorgio Agamben, y sin duda, como en toda guerra, preocupa más lo que seguirá tras finalizar la contienda. Podría decir en el mismo sentido de Han y Agamben que, esa ideología que se conoce con la polisémica palabra de Posthumanismo, alimentada por el ultraliberalismo y justificada los tiránicos modos de vida, para usar la expresión de Mark Hunyadi, podría terminar por instalarse definitivamente.

Pero el uso de este indicativo condicional —podría— no es para caer en la trampa apocalíptica o teleológica, sino para insistir en que, durante tiempos de depresión, es preciso construir, como sostiene Mark Fisher, una “ira politizada”, que nos permita un horizonte. Es el momento de mirar los espantos a los ojos, de enfrentar este terror, omitiendo falsas atmósferas de optimismo. Tenemos muchos ejemplos en el pasado de ese momento posterior a pandemias y guerras, pero tanto el cómic como la película de V for Vendetta es uno de los más ilustrativos. Un poder, en pleno Estado de excepción, que se guarda todos los poderes y se justifica tras haber “salvado” a una sociedad de la peste, los migrantes y de supuestas violencias. Seguramente tampoco es necesario olvidar que, desde ya, muchos de los logros laborales, como el de un horario, se desvanece con el criterio del “teletrabajo”, facilitando todos esos movimientos que se empujaban por gobiernos en diferentes lugares del mundo y que contaban con sendas resistencias.

En sustitución de toda esa pornografía sucedida en las redes sociales con etiquetas complacientes, y la espera del día cero para iniciar nuestro Walking Dead parroquial, mejor, una “ira politizada”. Esa misma que nos permita reflexionar sobre las formas que estamos siendo entregados a una vigilancia total, a la firma de documento en blanco para las transformaciones del orden posthumano y la destrucción de la condición humana tal y como lo conocimos hasta ahora. Mientras tanto, las ridiculeces del terror afloran y los grupos de Whatsapp, los perfiles de Facebook, las fotografías de Instagram o los videos de “Tik Tok”, justifican una y otra vez el taparse los ojos ante los espantos. Esos mismos que han revoloteado con hambre y trabajos miserables, falta de asistencia médica, ausencia de recursos para la investigación, disminución presupuestal para las universidades y corrupción galopante.

 

 

 


REFERÊNCIAS

Agamben, Giorgio. 2020. “Aclaraciones.” Quodlibet, 2020.

Ahmed, Sara. 2019. La Promesa de La Felicidad. Una Crítica Cultural Al Imperativo de La Alegría. Buenos Aires: Caja Negra.

Davies, William. 2017. La Industria de La Felicidad: Cómo El Gobierno y Las Grandes Empresas Nos Vendieron El Bienestar. Barcelona: Malpaso.

Fisher, Mark. 2016. Realismo Capitalista. Buenos Aires: Caja Negra.

———. 2018. Los Fantasmas de Mi Vida. Escritos Sobre Depresión, Hauntología y Futuros Perdidos. Buenos Aires: Caja Negra.

Han, Byung-Chul. 2020. “La Emergencia Viral y El Mundo de Mañana.” El País, 2020.

Hunyadi, Mark. 2015. La Tiranía de Los Modos de Vida. Sobre La Paradoja Moral de Nuestro Tiempo. Madrid: Cátedra.

Schwarzböck, Silvia. 2016. Los Espantos: Estética y Posdictadura. Buenos Aires: Las Cuarenta y El río sin orillas.

 

 

 


Créditos na imagem: Rottonara. Reprodução.

 

 

 

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