Ocho especialistas procedentes de diversas disciplinas e instituciones fueron invitados para pensar y repensar lo que es y ha sido la Historia o lo que podría ser en el futuro. Problemas cruciales derivados de la crisis que enfrenta la historiografía contemporánea como la transformación social del régimen de historicidad –sin el cual no se entiende la aparición y el desarrollo da la ciencia histórica moderna–, el dominio creciente de un presente presentista –periodo propicio para una serie ilimitada de celebraciones y conmemoraciones–, la pérdida de centralidad de la historia en las sociedades contemporáneas, fueron debatidos intensamente en un congreso en la Ciudad de México en el año de 2011.
En él se encontraban presentes, entre otros, François Hartog, Luiz Costa Lima, Hans Ulrich Gumbrecht, Alfonso Mendiola y Guillermo Zermeño Padilla, este último responsable por organizar y compilar en un libro una infinidad de reflexiones y provocaciones sobre las cuales ahora platicamos.
¿Qué quedaba para la historia escrita después que el régimen de historicidad moderno tendía a colapsarse? ¿Cuáles serían los síntomas del nacimiento de otra cultura del tiempo histórico? ¿Si no creemos más en el futuro, en qué creemos? ¿Es pertinente seguir invocando el futuro a la hora de escribir “la historia”?
La plática sobre Historia-fin de siglo empezó en un congreso sobre el quehacer historiográfico, en Baja California Sur, y continuó durante el vuelo de regreso a la capital mexicana. El libro, resultado del congreso de 2011 en el Colegio de México (Colmex), y publicado apenas en 2016, proponía cuestiones que cruzan el campo de los historiadores y que están presentes en casi todos los congresos historiográficos hoy. Propuse, así, al profesor Zermeño, continuar la plática que acá se presenta realizada el 21 de noviembre de 2018 en su oficina del Colmex.
El profesor Zermeño viene reflexionando desde hace mucho tiempo sobre cuestiones como el cambio de régimen de historicidad y sus impactos para la escritura de la historia, los desafíos teóricos contemporáneos para la historiografía y las contribuciones de la historia conceptual para el campo. Escribió La cultura moderna de la historia. Una aproximación teórica e historiográfica, editado por El Colegio de México en el 2002 y también Historias conceptuales, de la misma casa editorial, publicado en el 2017. Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Historia por la Universidad de Frankfurt, Alemania, es también profesor e investigador de Teoría de la Historia y de Historia Cultural e Intelectual en El Colegio de México y, además, ha impartido cursos y seminarios en diversas universidades y centros de investigación de México, Alemania, Francia, Inglaterra y España. Historia-fin de siglo, bajo su organización, llega como una gran contribución para los interesados en la pertinencia del conocimiento histórico en los días de hoy.
Mauro Franco: Como comenta el profesor Hartog en el libro, el Colegio de México fue creado en la década de 1940, momento en el cual en Europa, por ejemplo, el régimen historicista ya comenzaba a mostrar sus primeras fisuras. Sin embargo, el Colmex siguió siendo un vigoroso centro productivo de conocimiento histórico, quizá por mucho tiempo o hasta hoy bajo las configuraciones de un régimen historicista. Así como en otros países de América Latina, también se asumió y se asume a este régimen como la base del conocimiento histórico. ¿Es posible pensar que hay una configuración distinta del cambio de esos regímenes de historicidad en el Norte y en el Sur global? ¿Usted cree que la velocidad en los cambios de regímenes es diferente?
Guillermo Zermeño Padilla: Habría que tomar en cuenta qué cosa connota el futuro para nuestras sociedades latinoamericanas. Entonces, ver si lo que ellos [los escritores europeos] describen como crisis del futuro también es aplicable o no. Por mi parte, en los intercambios intelectuales que he tenido con Hartog y con Gumbrecht, (cuando ellos han estado en México,) la cuestión ha siempre sido esta: ¿compartimos o no la misma sincronía? Hace algunos años por la cordial invitacion de Marcelo Carmagnani publiqué un ensayo bastante libre sobre la cultura en México entre 1960 y 2010[1]. Se trataba de de explicar a un público no necesariamente informado qué estaba pasando en México en el campo de la cultura. (La cuestión era: ¿qué se puede escribir sobre México para personas que no están tan informadas sobre México?) El ejercicio me permitió identificar que las transformaciones mexicanas estaban en sintonía con los grandes cambios que se estaban dando en otros lugares. Que salvadas las diferencias y particularidades de cada lugar, en los trazos generales México era copartícipe de los cambios y transformaciones políticas y económicas a nivel global. En ese sentido advertí que México no era una excepción en relacion con la sintomatología crítica descrita en los trabajos y reflexiones de Hartog y Gumbrecht, más allá de lo que el sentido común podía señalar, un sentido comun fincado todavía en un discurso nacionalista sustentado en una supuesta excepcionalidad mexicana. El discurso que nos formó como parte de la épica del nacionalismos revolucionario: “Cómo México no hay dos”.
M.F.: ¿O sea, en el año 2010 el futuro en México ya estaba en crisis?
G.Z.P.: Sí, en la década de 1970 había todavía futuro; pero ya durante los años ochenta, con la crisis política y económica del régimen príista o sistema de dominación de partido de estado y el inicio de las reformas “neoliberales”, la noción de futuro se va transformando y angostando; es decir, va quedando cada vez más dependiente del presente o del futuro inmediato, señalando la crisis del historicismo anterior. A la sombra de esta nueva situación del futuro se van transformando también las formas de hacer política y el modo como se piensa la nación. En este nuevo contexto no es gratuito el peso que ha ido ganando la memoria en detrimento de la historia, así como el vacío de futuro se va alimentado crecientemente de pasados ya acontecidos. De algo que no deja de ser perturbador señalado por Paul Virno como efecto del presentismo: pretexto enfermizo para generar modalidades discursivas en las que parece revivirse algo ya experimentado. Dicha reacción sólo significa que el futuro ha dejado de ser ya la palanca de la acción y del progreso.
M.F.: Pero hoy el nuevo presidente López Obrador habla del futuro y de una cuarta transformación de México…
G.Z.P.: Para mí eso no es un discurso del futuro. Si se mira sus referentes o portaestandartes no son sino personajes del pasado, incluso uno de ellos el emblema máximo del liberalismo mexicano: Benito Juárez. Se pueden ver como expresiones sintomáticas del presentismo o ausencia de futuro. Es un poco como funciona la política. Son reacciones de Twitter, y el ensayo de Valdei [Araujo] y Mateus [Pereira][2] sobre el actualismo trata de mostrar la gran transformación de las décadas recientes de cómo se maniobra con lo político. En esencia se trata de un discurso anclado en el pasado de corte historicista pero al revés. Ahora el futuro está en el pasado. El manejo de los símbolos, de los emblemas. Siempre hay un Benito Juárez, hay un Madero, hay una selección del pasado. O sea, el futuro está en el pasado y ese es un síntoma de la crisis del régimen historicista. El futuro está en el pasado. El futuro no está en el futuro. Su lugar está ocupado por personajes, iniciativas y proyectos del pasado. Entonces, dicen que tenemos que recordar a Cárdenas, a la expropiación petrolera. Incluso en la denominación “Morena” (Movimiento de regeneración nacional) [nombre del actual partido de López Obrador] se deja ver un paso al “futuro” restauracionista del pasado, pero mezclado, es verdad, con una rasgo religioso no presente en el liberalismo juarista: la alusión a la virgen “morena” de Guadalupe. Se trata de un híbridación de pasados impensables en el siglo XIX liberal que no deja de asombrar.
M.F.: Al menos no como entendíamos en la modernidad…
G.Z.P.: Efectivamente. Sería una expresión de la crisis del régimen historicista en que nos encontramos. Y, por otro lado, está la cuestión concomitante de tipo más historiográfico relacionada con el hecho de que la profesionalización de la historiografía surge precisamente ya en un momento de crisis del modelo historicista.
M.F.: Sí, y eso Gumbrecht lo plantea muy bien en el libro con la cuestión de las cascadas de modernidad, o sea, que esas reacciones de la historiografía se profesionalizaron en momentos de crisis del régimen, son ya los últimos suspiros de una cierta modernidad. Entonces, cuando la Historia se profesionaliza no es porque el régimen historicista está muy vivo. Es, sí, como un último esfuerzo para mantener algo vital.
G.Z.P.: Sí. Cuando regresé de mi formación en Alemania a principios de 1980 lo hice con la sensación de que la Historia que se practicaba ya no operaba, algo estaba dejando de funcionar. Y, como parte de una indagación teórica sobre la historia intenté reflexionar sobre dicha pérdida de función. Al estudiar historia lo hice bajo el presupuesto de que la historia podía decir algo en términos de prever, de darnos señales en el presente sobre el el futuro. Esta clase de preocupaciones se rescatan en mi libro sobre La cultura moderna de la historia concluyendo que la idea de crisis de la historia había estado desde el comienzo de la profesionalización. Y desde luego ahí aparece en primero término el libro de mi maestro Edmundo O´Gorman sobre la Crisis y porvenir de la ciencia histórica de 1947.
M.F.: En ese sentido habló Luiz Costa Lima, que la generación de ustedes es una generación que perdió, que ha sido derrotada, entonces fueron obligados a reconfigurar un pensamiento. Profesor, ¿si ya no creemos en el futuro, en qué creemos?
G.Z.P.: Es una excelente pregunta para la que no tengo respuesta. Lo único claro es que en el contexto de la crisis del historicismo se han ido generando diversas alternativas historiográficas. Se puede mencionar que la nueva historia cultural, el interés creciente en problemas epistemológicos por parte de los historiadores o la emergencia de la historia global, serían indicios de la búsqueda de encontrar nuevos derroteros para la historiografía. Al respecto, en ese sentido, frente a la crisis de la historia soy más bien optimista.
M.F.: ¿Profesor, en este nuevo régimen, el régimen presentista para Hartog, o del presente lento para Gumbrecht, o del actualismo para los profesores brasileños, ¿cuál es el estatuto de la verdad histórica? O sea, la pregunta se torna importante si observamos fenómenos contemporáneos como la post verdad, o los alternactive facts de los que habló Donald Trump, o las fake news que decidieron las elecciones en Brasil. Se ve cierto cinismo y negación del pasado.
G.Z.P.: En la historiografía me parece que no es tanto que se hayan perdido las fronteras entre historia y ficción. Como si la literatura trabajara también el aire. Más bien el desafío es acabar de refinar el campo de la “ficción” para revelarnos que es también una forma de conocimiento. Y desde luego durante largo tiempo la identidad de la historia se constiuyó a partir de la diferencia con el campo de la fábula. Pero esa oposición tiene también una historia y en consecuencia sus relaciones se han transformado bajo el impacto de los medios de comunicación de masas. Esto sólo significa en un campo y en el otro de la exigencia de una mayor reflexividad. Lo que yo veo es que no es que se pierdan las fronteras entre historia y ficción, como si los literatos trabajaran en el aire. Hay que mejorar nuestra versión de lo que es ficción. Y por mucho tiempo la identidad de la ciencia histórica se construyó en oposición a la ficción. Hay que inyectar una mayor dosis de reflexividad. De cara al relativismo de la historia, exagerado por sus críticos, eso solo significaría que toda verdad histórica es relativa al lugar social desde donde se produce, es decir, que es parte de la historia misma. Sin confundir que esa mayor reflexividad signifique la negación del pasado. Sin sostener tampoco que cualquiera puede hacer con el pasado lo que se le antoje siguiendo, por ejemplo, la manipulacion que hacen muchos políticos para fundamentar sus propios intereses, cualesquiera que sean éstos. Pero tampoco la solución para combatir las mentiras en la historia significa un retorno a un cierto ideal o ilusión iluminista de verdad histórica, envuelta dentro del canon de una historia universalista cuestionable en el marco de la actual globalización. Entonces, en cuanto al problema dela verdad en la historia se requieren mayores reservas y sobre todo una relación con la historia mucho más humilde, más irónica, más cuidadosa, más fina, cuyos alcances ideológico-políticos pueden ser tal vez menores. No se aspira más a la gran verdad, pero sí a algún esclarecimiento sobre el funcionamiento de la memoria histórica. En ese sentido se puede decir que la cuestión de la verdad en la historia no está solo del lado de la historiografía, sino también del lado de los literatos. Es necesario reconocer la importancia de los debates recientes sobre las relaciones entre historia y ficción, sin confundir con ello el oportunismo político subyaciente en el negacionismo o alteración arbitraria de los hechos del pasado.
M.F.: Tomo el tema para preguntar: en esta propuesta de literatos que utilizan un discurso del pasado, o echan mano de la historia de alguna forma, ¿hay alguno que le guste?
G.Z.P.: Hay varios. Por mencionar algunos. A mí me gustan Julian Barnes, Patrick Modiano y Emmanuel Carrère, que escribió El reino. Encuentro en los tres escritores, la posibilidad, sin pasar por “historiadores”, de escribir la historia. Se manifiesta en sus escritos un deseo de historia, una forma de traer al presente pasados específicos con los que ellos de alguna manera tuvieron que ver o no. Julian Barnes, por ejemplo, trabaja sobre el siglo XIX, al tiempo que reflexiona sobre el tiempo que pasa. Una forma de hacer el duelo también sobre las pérdidas en el presente. En particular en su novela Niveles de vida.
M.F.: El profesor Alfonso Mendiola, en su contribución al libro, habla de un “giro espacial” que hoy ha reemplazado el importante “giro temporal” de la modernidad. ¿El profesor Zermeño está de acuerdo con él?
G.Z.P.: Por supuesto. Es una cuestión que Reinhart Koselleck le dedicó un ensayo en 1988 al reflexionar sobre las relaciones entre el espacio y la historia. La disciplina de la Historia surgida en el siglo XIX se dio a la tarea primordial de la temporalización, a las cronologías, a la linealidad, olvidando o delegando en la geografía la cuestión de la espacialidad. Bajo el impacto del presentismo presentista como la denomina Hartog y la crisis del historicismo el espacio se ha convertido, más que el tiempo, en la variable dominante para saber lo que pasa o puede pasar en la historia . La dinámica del presentismo ha conseguido encumbrar de nuevo a la historia contemporánea o historia del tiempo presente. La linearidad narrativa tradicional tiende a ser sustituida por la noción de redes o conexiones históricas de transversalidad. El espacio, en ese sentido, ha acabado por convertirse en el gran protagonista de la historia, lo cual no deja de ser paradójico. Gumbrecht sintetiza la dinámica de la nueva temporalidad en la noción de “lento presente”. Con un pasado que no acaba de pasar. La obra de Karl Schlögel es un buen ejemplo de la renovación de la historiografía teniendo en cuenta el impacto del “giro espacial” presentista. Este sustancialmente cambia poco de un espacio a otro en la vida de las grandes ciudades globales.
M.F.: Profesor, yo termino con una pregunta más: en el libro, el profesor Luiz Costa Lima ha dicho que la historiografía, al considerar las ficciones externas, pone entre paréntesis el determinismo, y con esto automáticamente nos invita a pensar en una alternativa para el derrotismo que nos persigue. Al poner la imaginación y las varias dimensiones de la ficción en un puesto reflexivo importante para la escritura de la historia, Costa Lima nos convida a pensar también una historia abierta, no determinista. Para el profesor Zermeño, bajo las condiciones contextuales sobre las que venimos platicando de un nuevo régimen de historicidad, ¿qué cosa sería hoy la escritura de una historia abierta?
G.Z.P.: Pensar en una “Historia abierta” es una fórmula muy grande. Me parece que hay al caso un gran número de pensadores; en especial algunos representantes ilustres de una historiografía de corte más liberal, en la que se concibe que la libertad humana y la contingencia juegan un papel determinante. Es decir, que suscribirse a una Historia abierta significa asumir el fenómeno de la contingencia en toda historia posible. Es una posición a la Karl Popper que enfatiza la crítica a cualquier tipo de los determinismos futuristas propios de los grandes relatos filosóficos o históricos; así tomar en serio la contingencia quiere decir que los individuos al actuar tienen poca conciencia de los efectos desencadenados por sus acciones. Y esto por el simple hecho de desconocer el futuro, cuyo conocimiento constituye el privilegio del historiador situado en el futuro de ese pasado y cuya reconstitución ex post facto se realiza en el tipo de narraciones o representaciones que ofrecen en sus escritos. Esa reconstitución de lo ocurrido, de la vida, es lo que ofrecemos: representaciones. Al final, si se quiere, una clase de ficcionalizaciones temporales. De ahí surge la pregunta acerca de cual puede ser la representación ideal del pasado que el historiador puede ofrecer a las sociedades donde realiza su tarea. Cuál puede ser la mejor narrativa; cuáles son las formas que puedan acercarnos a lo que constituye la condición humana flanqueda por la contigencia de todo acontecer. Es decir, si cómo pudo haber sido de una manera, pudo haber sido de otra otra manera. Entonces pensar en una historia abierta es pensar en una historia no determinista; en ese sentido, alrededor de esta concepción hay un impulso liberal en su origen, pero que requiere de mayores precisiones para entender la cuestión de la libeertad humana en la historia.
M.F.: Es como traer la duda, antes una prerrogativa del futuro, también al pasado…
G.Z.P.: Exacto. Para entonces calibrar la materia de que está hecha la historia. Eso es lo que me parece está sobre la mesa al reflexionar acerca de la crisis del régimen de historicidad. Es la manera como pienso que hay un futuro para la historiografía. Sin duda un desafío inquietante y apasionante intelectualmente: descubrir las formas narrativas de evitar toda clase de determinismos historicistas. Así, corresponde la Historia ofrecer el diseño de mejores narrativas que nos acerquen a la descripción de la condición humana, en un momento histórico dominado por el presentismo y el actualismo, como bien lo han mostrado también Valdei Araujo y Mateus Pereira. La Historia puede ofrecer entonces un espejo reflexivo a nuestro tiempo.
NOTAS
[1]Publicado en dos versiones: “La cultura”, Marcelo Carmagnani (Coord.), México. La búsqueda de la democracia. América Latina en la Historia Contemporánea, Tomo 5, 1960-2000, Madrid, Fundación MAPFRE/Taurus, 2012, pp. 227-276; “Una historia cultural de México (1960-2010). Apogeo y crisis del nacionalismo mexicano”, Carlos Alba, Marianne Braig, Stefan Rinke y Guillermo Zermeño (eds.), Entre Espacios. Movimientos, actores y representaciones de la globalización, Berlin, Edition tranvia-Verlag Walter Frey, 2013, p. 201-238.
[2]Publicado en el número 55 de la revista Desacatos dedicado a “La historia en un tiempo presentista”. ARAUJO, V. Lopes de; PEREIRA, Mateus. Actualismo y presente amplio: breve análisis de las temporalidades contemporáneas. Desacatos 55, septiembre-diciembre 2017, pp. 12-27.
REFERÊNCIA
PADILLA, Guillermo Zermeño (ed.) Historia-fin de siglo. 1ª ed. Ciudad de México: El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2016.
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Mauro Franco
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